miércoles, 13 de enero de 2010

Cuento de redacción. Cuento de los puntos.

Me levanté de la cama e imaginé que estabas despierta. Tu cabello era azul y tus manos blancas. Todo era sencillo hasta hace unas horas. Jugábamos juntos en medio del bosque. La vida parecía fácil al ritmo de nuestros cánticos. Todo se oscureció en unos segundos. De pronto, aquel animal nos vio. era un oso. mis cantos se convirtieron en gritos. Los tuyos se transformaron en ecos de muerte.

En la mañana nadie esperaba eso. Don Juan nos había encargado salir a buscar leña. Era el pretexto ideal para estar juntos. Salimos de la aldea sin pensar lo que vendría después. Tú, con tus pequeñas pecas en la cara. Yo, con una inevitable cara de cansancio. ¡Nos queríamos! Caminamos por más de media hora. Agarré un pedazo de rama y te reté a un duelo a Muerte. ¡Qué ironía! Me dijiste que estaba loco, pero no dejaste de ocurrir con mi ocurrencia. Amaba tu risa aun sin saber plenamente qué era el amor. Salté de un lado a otro. Me dijiste que me detuviera. No hice caso. Insististe que me calmara o tomarías medidas en mi contra. Te reté. Me besaste. Fue el mejor beso que había recibido: tan sincero, tan real... tan tuyo.

No sé cuanto tiempo estuvimos así. Lo que siempre había soñado se había vuelto realidad. Mi cara de cansancio ahora era de felicidad. Mis manos acariciaban tu guedeja azul. Fui feliz, fui tan feliz.

Después de tan espontáneo acto, nos enfocamos a conseguir la leña. Eso fue realmente algo fácil.
Nos disponíamos a regresar con las manos llenas de madera, pero no fue posible. Oímos ruidos extraños. Las hojas secas se quebraban más rápido que de costumbre. Tu respiración se agitó enseguida. Te abracé y sentí tu calidez por vez última. Te besé. Me separé unos metros de ti para echar un vistazo. ¡Ese fue mi peor error! Regresé la mirada a tus ojos y a tus pecas, pero en vez de eso, encontré sólo gritos. El oso te había atacado. Por un momento quedé sordo por la intensidad de los desgarradores alaridos. Todo se había terminado. El animal se había ido. Te atacó porque estábamos en su territorio. ¡Te dije que no tomáramos ese atajo! Sólo atinaste a sonreír y a hacer que te persiguiera. Pero ya no tiene caso...

Intenté despertarte, pero tus manos blancas estaban pálidas e inertes. Desde ese día no he podido dormir bien. Desde ese día sólo sueño con aquel beso sincero, con tus manos, con las pecas de tu cara, con tu cabello azul, con la cara de don Juan. De cómo estaba destrozado. De aquellos ojos negros viéndonos. De ese beso sincero. De ese beso de amor. De ti, de ti, del bosque... de cuando estabas despierta...

No hay comentarios:

Publicar un comentario